sábado, 23 de mayo de 2009

Enterrar para volar

El pequeño Walt, en su entrenamiento para aprender a volar, se dejó enterrar vivo por su gran maestro Yehudi. Digo enterrar de verdad, por no sé cuántas horas. No tiene mucho que ver pero así se siente a veces, recién enterrada en la tierra tan fría, sobreviviendo, pero apenas, comiendose la inocencia. Sí que supo este Auster.

Así que me dejé enterrar vivo, una experiencia que no le recomendaría a nadie. Por muy desagradable que suene la idea, la realidad resulta muchísimo peor, y una vez que has pasado algún tiempo en las entrañas de la nada como me ocurrió a mí, el mundo nunca vuelve a parecerte el mismo. Se vuelve inexpresablemente más bello, pero esa belleza está empapada de una luz tan efímera, tan irreal, que nunca adquiere ninguna sustancia, y aunque puedes verla y tocarla como siempre, una parte de ti entiende que no es más que un espejismo. No es agradable sentir la tierra encima de ti, su peso y su frialdad, ser presa del pánico de la inmovilidad que parece la de la muerte, pero el verdadero terror no empieza más tarde, hasta que te han desenterrado y puedes volver a andar nuevamente. A partir de entonces, todo lo que te sucede en la superficie está relacionado con esas horas que pasaste bajo tierra. Una pequeña semilla de locura ha quedado plantada en tu cabeza, y aunque has ganado la batalla de la supervivencia, casi todo lo demás lo has perdido. La muerte vive dentro de ti, comiéndose tu inoncencia y tu esperanza y al final no te queda nada más que la tierra, la solidez de la tierra, el eterno poder y triunfo de la tierra.

Texto: Mr. Vertigo – Paul Auster

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