Casi que no compro este libro, en realidad tenía que ser uno de Phillip Roth pero por andar
buscándolo más barato, no me lo encontré y me tuve que llevar éste en otra librería. Aún siento curiosidad por Phillip Roth, así que igual me tendré que llevar el de él otro día.
También debo contar que esta es la primera vez que me sucede algo así con un libro, ustedes a veces ven esos libros que vienen envueltos en papel plástico transparente, una vez uno así me salió mojado, y esta vez le faltaban páginas, se saltaba como 18 páginas y luego seguí y luego se regresaba 5 páginas, era un relajo. Por suerte, pude bajarlo de internet y leer las que me faltaban de ahí.
Pero este post es para Javier Marías, para su libro de extrañezas, de puros pensamientos, miedos y sólo cosas dentro de su cabeza llevadas al papel. Siempre me gusta cuando escriben y escrib
en, sin siquiera estar describiendo un evento o algún diálogo, son puras cosas que tienen en la cabeza los personajes, es como si uno pudiese ser o meterse dentro de esa persona, que bien podría ser cualquiera que anda caminando por cualquier calle.
Pues el libro comienza cuando el personaje principal, Víctor, es invitado a una cena por parte de una mujer que apenas conoce, su esposo anda de viaje y pues ella aprovecha para pasar la noche con otro. Él al principio no se da mucha cuenta pero la idea no le parece mala después de todo. No se sabe cómo pero ella se empieza a sentir extraña, algo malo, y paran de hacer lo que estaban a punto de hacer y muere en brazos de él, semidesnuda.
Yo no tengo idea de lo que hubiera hecho en ese caso, pero él fue sensato, decidió que puesto que ya estaba muerta y no podía hacer nada más, no era necesario salir corriendo a avisarle a la demás gente, pues imagínense como se vería eso, se delataría todo el plan de ella, de llevar a un hombre mientras su esposo está de viaje. Lo que hizo fue que mejor la dejó ahí, a que la encontraran, pero su presencia en esa casa sí que fue notada.
Luego él se vuelve extraño, ese evento lo marca, por supuesto. Él quiere tener contacto con algunas persona apegadas a ella, al principio no sabía bien por qué, pero todo lo pude ver aquí:
Es cansado moverse en la sombra y espiar sin ser visto o procurando no
ser descubierto, como es cansado guardar un secreto o tener un misterio, qué
fatiga la clandestinidad y la permanente conciencia de que no todos nuestros
allegados pueden saber lo mismo, a un amigo se le oculta una cosa y a otro
otra distinta de la que el primero está al tanto, se inventan para una mujer
historias complejas que luego hay que rememorar para siempre en detalle
como si se hubieran vivido, a riesgo de delatarse más tarde, y a otra mujer
más nueva se le cuenta la verdad de todo excepto aquellas cosas inocuas que
nos dan vergüenza de nosotros mismos: que somos capaces de pasarnos
horas viendo en la televisión partidos de fútbol o degradantes concursos, que
leemos tebeos siendo ya adultos o nos echaríamos al suelo a jugar a las
chapas si tuviéramos con quién hacerlo, que nos pierden las timbas o nos
gusta una actriz que reconocemos odiosa y hasta ofensiva, que tenemos un
humor de perros y fumamos al levantarnos o que fantaseamos con una
práctica sexual que se considera aberrante y no nos atrevemos a proponerle.
No siempre se oculta por el propio interés o por miedo o por haber cometido
una verdadera falta, no siempre por la salvaguarda, tantas veces es por no
dar un disgusto o no aguar la fiesta y por no hacer daño, otras es por mero
civismo, no es de buena educación ni civilizado darse a conocer del todo, no
digamos enseñar las manías y lacras; a veces son los orígenes lo que se calla o
falsea porque casi todos habríamos preferido una ascendencia distinta por
alguno de nuestros cuatro costados, la gente esconde a sus padres y abuelos y
hermanos, a sus maridos o a sus mujeres y a veces hasta a sus hijos más
parecidos o proclives al cónyuge, silencia alguna fase de su propia vida,
abomina de su juventud o niñez o de su edad madura, en toda biografía hay
un episodio ultrajante o desolado o siniestro, algo o mucho —o es todo— que
para los demás es mejor que no exista, para uno mismo mejor fingirlo. Nos
avergonzamos de demasiadas cosas, de nuestro aspecto y creencias pasadas,
de nuestra ingenuidad e ignorancia, de la sumisión o el orgullo que una vez
mostramos, de la transigencia y la intransigencia, de tantas cosas propuestas
o dichas sin convencimiento, de habernos enamorado de quien nos
enamoramos y haber sido amigo de quienes lo fuimos, las vidas son a
menudo traición y negación continuas de lo que hubo antes, se tergiversa y
deforma todo según va pasando el tiempo, y sin embargo seguimos teniendo
conciencia, por mucho que nos engañemos, de que guardamos secretos y
encerramos misterios, aunque la mayoría sean triviales. Qué cansado
moverse siempre en la sombra o aún más difícil, en la penumbra nunca
uniforme ni igual a sí misma, con cada persona son unas zonas las
iluminadas y otras las tenebrosas, van variando según su conocimiento y los
días y los interlocutores y las ambiciones, y nos decimos constantemente: 'Ya
no soy lo que fui, he dado la espalda a mi antiguo yo'. Como si llegáramos a
creernos que somos otros de los que creíamos ser porque el azar y el
descabezado paso del tiempo van variando nuestra circunstancia externa y
nuestros ropajes, según dijo el Solo aquella mañana cuando se puso a
expresar sus ideas sin orden. Y añadió: 'O son los atajos y los retorcidos
caminos de nuestro esfuerzo los que nos varían y acabamos creyendo que es
el destino, acabamos viendo toda nuestra vida a la luz de lo último o de lo
más reciente, como si el pasado hubiera sido sólo preparativos y lo fuéramos
comprendiendo a medida que se nos aleja, y lo comprendiéramos del todo al
término'. Pero también es cierto que a medida que pasa el tiempo y nos
hacemos viejos es menos lo que se oculta y más lo que recuperamos de lo que
fue una vez suprimido, y es sólo por la fatiga y la pérdida de la memoria o la
vecindad de ese término, la clandestinidad y el secreto y la sombra exigen
una memoria infalible, recordar quién sabe qué y quién no sabe, en qué hay
que disimular ante cada uno, quién está enterado de cada revés y cada
envenenado paso, de cada error y esfuerzo y escrúpulo y la negra espalda del
tiempo. A veces leemos que alguien confiesa un crimen a los cuarenta años
de cometerlo, personas que llevaban una vida decente se entregan a la justicia
o revelan en privado un secreto que los destruye, y creen los candidos y los
justicieros y los moralistas que a esas personas las ha vencido el
arrepentimiento o el deseo de expiación o la torturadora conciencia, cuando
lo único que los ha vencido y los mueve es el cansancio y el deseo de ser de
una pieza, la incapacidad para seguir mintiendo o callando, para recordar lo
que vivieron e hicieron y también lo imaginario, sus trocadas o inventadas
vidas además de las que tuvieron efectivamente, para olvidar lo que sí
sucedió y sustituirlo por lo ficticio. Es sólo la fatiga que trae la sombra lo que
impele a veces a contar los hechos, como se deja ver de repente quien se
escondía, el perseguidor como el fugitivo, simplemente para que acabe el
juego y salir de lo que se ha convertido en una especie de encantamiento.
Mañana en la batalla piensa en mí - Javier Marías
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