sábado, 2 de agosto de 2008

Parábolas y Paradojas - Franz Kafka

Muy buen libro, al inicio no me gustó pero vaya sí que tiene buenas partes, como éstas. A mí siempre me gusta más lo que me recuerda a algo que me está sucediendo o algo que me ha sucedido, no creo que sea algo bueno, pero así es.


Aquí, algunas parábolas y paradojas...

Poseidón

Poseidón estaba sentado ante su escritorio, haciendo cuentas. La administración de todas las aguas le daba enorme trabajo.

Podría haber tenido auxiliares, todos los que quisiera (y los tenía en gran número), peor desde que tomó su trabajo con la mayor seriedad, terminó revisando todos los números y cálculos por sí mismo, y en esta tarea sus auxiliares constituían una muy pobre ayuda.
No se podría decir que su trabajo le gustara; lo hacía sólo porque le había sido asignado: ya había pedido un cambio, un trabajo más movido, pero cada vez que le habían ofrecido uno diferente se convenció de que, en realidad, lo mejor para él era su situación actual. Además, resultaba bastante difícil encontrar un trabajo distinto para Poseidón. No era posible asignarlo a un mar particular; dejando de lado el hecho de que en ese caso su trabajo sólo disminuiría en cantidad, el gran Poseidón sólo podría, en esa situación, ocupar un cargo jerárquico. Y cuando se le ofrecía un trabajo lejos del agua, la sola idea lo enfermaba, su divina respiración se alteraba, y su pecho de bronce comenzaba a palpitar.
Por lo demás, sus quejas no eran verdaderamente tomadas en serio; cuando uno de los poderosos se pone fastidioso, lo corriente es hacer esfuerzos aparentes para tranquilizarlo. En realidad era imposible imaginar un cambio de destino para Poseidón: había sido asignado Dios del Mar desde el comienzo y en ese puesto tenía que seguir.

Lo que más lo exasperaba (y era el motivo principal de su insatisfacción por el trabajo) era conocer las ideas que se tenían de él: como si siempre estuviera surcando las ondas con su tridente, cuando en realida permanecía sentado allí, en las profundidades, haciendo cuentas interminablemente, rompiendo de vez en cuando esa melancolía con alguna visita a Júpiter; visita, por lo demás, de la que generalmente regresaba enfurecido. De modo que casi no había visto el mar; sólo lo había contemplado fugazmente en alguno de sus apurados ascensos al Olimpo y jamás había viajado recorriéndolo. Solía decir que lo que él aguardaba era el fin del mundo, cuando, probablemente se le concedería un momento de tranquilidad durante el cual, justo antes del fin, y después de haber controlado la última hilera de números, le sería imposible hacer un rápido viajecito.

Poseidón terminó por aburrirse de su mar. Dejó caer el tridente. Se sentó en silencio en la costa rocosa.
Una gaviota, amedrentada por su presencia, volaba en círculos alrededor de su cabeza.


Un episodio de consecuencias

El hombre es una ciénaga infinita. Pero a veces lo ataca el entusiasmo y parece como si en un punto indefinido de esa ciénaga una rana se zambullera, produciendo una pequeña turbulencia, y desapareciera.

Nuestro camino

Vivir es desviarnos incesantemente. De tal manera nos desviamos, que la confusión nos imposibilita saber de qué nos estamos desviando.




Decisiones

Salir de un estado de decaimiento debe ser cosa fácil, aunque se logre a fuerza de voluntad.

De modo que me arranco del sillón; camino alrededor de la mesa: meneo la cabeza y extiendo el cuello; miro con ojos de fuego y no dejo músculo del rostro sin funcionar.

Contrarío mis más caros sentimientos: recibo con entusiasmo a A, y soportaría alegremente a B, si ahora mismo me visitara en mi habitación; y si se tratara de C, me tragaría todo lo que dijera, a pesar del cansancio y del dolor.

Pero aun actuando así, la menor falla arruinaría todo, y tendría que empezar de nuevo.

De modo que lo mejor que puedo hacer es soportarlo todo con serenidad; comportarme como un peso inerte, y no dar un paso innecesario por mucho que me sienta apartado.
Mirar a los demás con mirada animal; no sentir remordimientos; en resumen, sumergir la vida fantasmal que aún subsiste, darle el mayor paso posible a la calma de los sepulcros y terminar con todo.
Un movimiento característico de semejante estado de ánimo consiste en recorrerse las cejas con el dedo meñique.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ah pero no pusiste mi favorita, la del buitre.