jueves, 8 de mayo de 2008

Memorias de un loco - Nikolai Gógol

Esta semana retomé un libro de cuentos de Gógol que pensé sería mejor dejarlo a un lado, pues dos cuentos de ahí no me habían gustado mucho, pero como esta semana regresé a clases y ya no tengo mi preciada compañía de siempre, debo hacer algo en ese tiempo libre entre clases y como tener libros aquí es un lujo... tomé cualquiera de los que tenía aquí. Para mi sorpresa, el último cuento ''Memorias de un loco'' resultó ser muy bueno a mi parecer. Trata de este tipo de clase media que desea ser alguien con lujos e importante y termina volviéndose loco, ya desde el inicio mostraba signos de locura la verdad... eso de las perritas y su correspondencia... y pues, aquí un par de entradas en este diario de un loco. Esto es después de que él empieza a pensar que es el nuevo rey de España...







Madrit,
treinta de febrario


Pues bien, ya estoy en España. Ha ocurrido esto tan rápidamente, que, cuando quise darme cuenta, ya estaba aquí. Esta mañana se presentaron en mi casa los diputados españoles; salí con ellos, subimos a una carroza y partmos. Me extrañó la extraordinaria rapidez del viaje. Íbamos a tanta velocidad, que en media hora llegamos a la frontera de España. Por cierto, ahora hay caminos de hierro en toda Europa, y los barcos van muy de prisa. ¡Qué país tan raro es España! Cuando entramos en el primer aposento, vi multitud de gente con la cabeza afeitada. Pero yo me di cuenta inmediatamente de que debían ser grandes o soldados, pues éstos se afeitan la cabeza. El comportamiento del canciller de Estado conmigo me pareció de lo más extraño: me afarró del brazo, me llevó a un cuarto y me metió en él de un empujón, diciéndome: " Quédate ahí, y, si vuelves a decir que eres el rey Fernando, ya te quitaré yo las ganas de repetirlo". Pero como yo sabía que aquello no era más que una prueba, me negué a retractarme, por lo que el canciller me atizó dos palos en la espalda. Los palos fueron tan dolorosos, que estuve a punto de gritar, pero, al recordar que aquello era una antigua usanza caballeresca, para acceder a una alta dignidad, me contuve, porque en España todavía perdudran las costumbres caballerescas. En cuanto me quedé solo, decidí ocuparme de los asuntos de Estado. Descubrí que la China y España son absolutamente un mismo país, y que sólo por ignorancia se consideran como Estados diferentes. Yo aconsejo a todo el mundo que, para convencerse, escriba en un papel la palabra "España" y verá cómo sale "China" . Pero lo que me preocupa mucho es un acontecimiento que tendrá lugar mañana. Mañana, a las siete en punto, se producirá un fenómeno extraordinario: la Tierra se posará sobre la Luna. Acerca de esto ha escrito un célebre químico inglés Wellington. Confieso que se me encogió el xorazón de inquietud al pensar en lo delicada y frágil que es la Luna. Pues la Luna se suele fabricar en Hamburg, y muy mal por cierto. Me sorprende cómo Inglaterra no presta atención a esto. La fabrica un tonelero cojo, y se ve que ese imbécil no tiene la menor idea de la Luna. Ha puesto cuerda embreada y una porción de aceite de oliva; por eso hay en toda la Tierra un olor tan espantoso, que se ve uno obligado a taparse las narices. A eso es debido que la Luna sea un globo tan delicado, que la gente no puede vivir en ella; ahora sólo viven allí las narices. Es la razón por la que no podamos ver nuestras narices, pues todas están en la Luna. Cuando caí en la cuenta de que la Tierra, materia pesadísima, al posar en la Luna, podía hacer papilla nuestras narices, me alarmé de tal manera, que me puse inmediatamente las calzas y los zapatos y salí corriendo a la sala del Consejo de Estado para ordenar a la policía que no permitiese a la Tierra posarse en la Luna. Los numerosos y rapadaos grandes que encontré en la sala del Consejo de Estado eran personas muy inteligente, y en cuanto les dije: "Caballeros, salvemos la Luna, porque la Tierra quiere posarse en ella", se lanzaron sin vacilar a cumplir mi real deseo y muchos de ellos empezaron a trepar por las paredes para alcanzar la Luna; pero en aquel momento entró el gran canciller. Al verlo, todos echaron a correr. Sólo yo, como rey, me quedé allí. Pero, con gran asombro mío, el canciller me golpeó con el palo y me arrojó a mi cuarto. ¡Tal es el poder de las costumbres populares en España!


Día 25

Hoy el gran inquisidor vino a mi cuarto, pero yo, al oír sus pasos desde lejos, me había escondido debajo d ela silla. Cuando vio que yo no estaba allí, empezó a llamarme. Al principio, gritó: "¡Poprischin!", pero yo, ni palabra. Luego : "¡Aksenti Ivánovich, consejero titular, noble!", yo seguía callado. Y por último: "¡Fernando VII, rey de España!" Yo iba a sacar la cabeza, pero pensé: "No amigo, ya no me engañas. Lo que tú quieres es echarme otra vez agua fría en la cabeza". Pero él me vio y me obligó a salir, con el palo, de debajo de la silla. ¡Cómo duelen los golpes de ese maldito palo! Terriblemente. Sin embargo, me ha compensado de todo un descubrimiento que he hecho hoy: he descubierto que cada gallo tiene una Esaña y que la lleva debajo de las plumas. Pero el gran inquisidor se ha ido muy enfadado, amenazándome con desconocidos castigos. Yo no hago caso de su ira impotente, pues sé que obra como una máquina, que es un simple instrumento de los ingleses.


1 comentario:

Anónimo dijo...

...escriba en un papel la palabra "España" y verá cómo sale "China"... Qué chistoso y qué genial.